CAPÍTULO TRES. ALGUNAS RESPUESTAS, PARA GENERAR MÁS PREGUNTAS Demasiado cerca de la fuente del Fuego Blanco, una figura sombría observa el avance de las Guerreras Mágicas reflejado en la superficie de una esfera de cristal. -Las Guerreras alcanzarán al hechicero, o lo que queda de él, y no permitirán que llegue hasta aquí. Como puedes ver, no ha servido de nada depositar tu confianza en criaturas inferiores. Del otro lado del fuego, el Espíritu de Céfiro suspira, una suave brisa recorre el amplio salón. -¿Significa eso que finalmente aceptas tu derrota? -pregunta la sombra. -No -la voz de Céfiro es como el viento entre las hojas de los árboles y el sonido del agua de un arroyo-. Sólo significa que estoy cansado de escuchar tus burlas. Pierdes tu tiempo, y me aburres. La sombra ríe a carcajadas. -Pero me sigues escuchando porque no tienes otra opción, no puedes escapar de mí; como tus amigos no pueden escapar de lo que les espera. -Clef llegará aquí por más trampas que le pongas. No lo conoces, y tampoco me conoces a mí. Cuando hayan cruzado el Fuego, te darás cuenta de lo inútil que ha sido todo esto. -Para cuando el mago llegue aquí, tu Fuego Blanco se habrá extinguido. -No sabes lo que dices. Si el Fuego se apaga, yo moriré, este planeta morirá conmigo y tú morirás con nosotros. -¿Ahora intentas razonar conmigo? ¿Ya no estás tan seguro de vencerme? Otro suspiro, pero esta vez como un inusual relámpago en medio de un cielo despejado, que sorprende a los pocos campesinos que logran verlo, muy lejos de ahí. -Retuerces mis palabras. Quisiera un poco de silencio, por favor. -Claro, lo que tú quieras. No se le puede negar nada a un moribundo después de todo. Iré a ver cómo le va a nuestra amiga Lisand. Cuando se queda "solo" (tanto como puede estarlo el espíritu de un planeta), Céfiro concentra su atención en el Fuego Blanco y le suplica a todo ser, orgánico, inorgánico o artificial, y a todo elemento de la naturaleza que ayuden para que tanto Clef como las Guerreras Mágicas lleguen a la fuente del Fuego Blanco lo más pronto posible. -Lucy, Marina, Anaís -murmura Céfiro y una zona desértica se cubre repentinamente de flores rojas, azules y amarillas-. Tal vez me arrepienta por permitirles llegar hasta aquí, pero realmente espero que ustedes sean capaces de triunfar donde fracasó Violeta. El caballo alado de Marina vuela en línea recta a toda velocidad y pronto se aleja de los otros dos, pero vuela bajo y su jinete puede ver con todo detalle el área que exploran. -¡Guruclef! -grita Marina de pronto, mientras busca la forma de detener a su caballo; al final, opta por hablarle-. Baja, amigo, acabo de ver a Guruclef. El caballo obedece inmediatamente. Clef está sentado a la orilla de un río, esperándola. -¿Guruclef? -¿Cómo supiste dónde buscarme? -Por Nikona. Cuando la interrogamos, dijo que no nos podía decir que estarías en esta dirección. No te enojes con ella, no fue su culpa. -Nunca es su culpa. Pero tal vez así es mejor. -¿En verdad ibas hacia el Fuego Blanco? -¿"Ibas"? ¿En pasado? No, Marina: voy hacia allá. -Es peligroso, Lantiz y Ráfaga lo dijeron. -¿Dónde está Lantiz? -No tardará en llegar, su caballo es muy rápido, aunque no vuele. -¿Y Lucy y Anaís? --En camino, también, yo me adelanté un poco. Los demás están en el castillo. -Ya veo. ¿Te gusta este lugar? -¿Eh? -Mira a tu alrededor, querida. ¿Te gusta este lugar? Marina recorre el prado con los ojos. -Hay flores blancas -señala Clef. -Sí, son muy bonitas... ¿Este es un sitio especial para ti? -Todavía no, pero lo será. Marina empieza a sentirse un tanto inquieta. -¿Por qué dices eso? -En tu sueño, había flores blancas. -Pero caían de un árbol, estas crecen en la tierra... ¿Saliste del castillo en esa forma sólo para buscar el lugar de mi sueño? -No realmente, me conformaba con cualquier sitio que tuviera flores blancas y quedara en esta dirección. -No te entiendo. -Ya lo harás. De alguna manera, ha aparecido un puñal en manos de Clef. La empuñadura es de plata y tiene un emblema (una estrella de ocho puntas, blanca y azul, dentro de un círculo lila claro) desconocido para Marina, hecho con diamantes, zafiros y amatistas. -¿Ese dibujo significa algo, Guruclef? Él sonríe. -Es mi nombre. Hice esto para ti. -¿Un regalo? Haciéndose la inocente, Marina está preparándose para atacar o huir al primer movimiento brusco que haga Clef. -Sí, un regalo -dice él-, quiero que lo conserves en tu corazón, querid... No consigue terminar la frase ni iniciar el ataque: el caballo de Marina lo envía a varios metros de distancia con una certera coz. El puñal queda cerca de Marina y ella lo recoge con rapidez. -¡Eres un pésimo actor! ¿O debería decir "una pésima actriz"? Mikona nos dijo que pudiste disfrazarte como yo, ahora te pareces a Clef. ¿Qué es lo que quieres? -¿Lo llamaste "Clef"? -Lisand vuelve a adoptar su verdadera forma mientras se pone en pie-. No cantes victoria todavía, Guerrera Mágica Marina. Sin tu espada, y sin los poderes y la armadura que te dio Guruclef, tú no eres más que una niña débil y tonta de otra dimensión. Él ya no puede darte nada que sea mágico y tú nunca recuperarás tu espada. ¡Puedes estar segura de que no sobrevivirás por mucho tiempo cuando el Fuego Salvaje tome el control de Céfiro! Lisand desaparece y Marina se queda contemplando el puñal hasta que Lucy y Anaís llegan con ella. -¿Marina? -¿Encontraste algo? -Sí, miren -Marina les muestra el puñal. -Se parece mucho al otro -dice Lucy. -Lo hizo Lisand, es la pareja del que nos dio Nikona, e iba a matarme con él. Mi caballo me salvó. -¿"Tu" caballo? -dice Tempestad, que acaba de llegan ron Lantiz-. Él no es "tu" caballo, sino que tú eres "su" muchacha -nota de la autora: Está bien, confieso, la referencia es "El caballo y su muchacho" de C. S. Lewis-. Y, por cierto, es una descortesía el que todavía no le hayas puesto nombre... -Creo que eso va por las tres -dice Lucy, sonrojándose-. Será mejor que les pongamos nombre ahora mismo. -¿No deberíamos hacer una ceremonia o algo? -pregunta Anaís. -Sólo elijan el nombre de una buena vez -dice Marina, impaciente. -Bueno -Lucy acaricia la crin de su caballo-, creo que te llamaré Percival, como el caballero más honesto del Rey Arturo. -Tú -le dice Anaís al suyo-, serás Gawaine, como el caballero más leal del Rey Arturo. -¿Conque la leyenda de la Mesa Redonda? -dice Marina-. Completemos el trío entonces. Tú, mi amigo, vas a llamarte Galahad, como el Caballero del Grial. Los tres caballos inclinan la cabeza al mismo tiempo, con gracia y elegancia. -Gracias, amas -dice Percival-, honraremos los nombres que nos han dado. -Pero ¿¡¿Ustedes hablan?!? ¿Como Tempestad? -exclaman las Guerreras Mágicas. -Por supuesto -dice Tempestad-, es un privilegio que el Espíritu de Céfiro concede a algunas de sus criaturas mágicas. -Como Nova... -Sí, como Nova, Nikona y algunos otros. -Pero los monstruos de Ascot no hablan. -Porque no son tan especiales como nosotros -dice Gawaine, con evidente orgullo-. Somos corceles de los Elementos, bajo la protección el Aire y el Rayo, dos poderes que el Espíritu de Céfiro reserva para sí mismo y no concede más que a unos pocos, incluso entre los Guerreros Mágicos. -Uh... Yo tengo el poder del viento... -dice Anaís. -Y Lantiz, el del rayo -dice Percival-, señal de que el Espíritu los tiene a los dos en muy alta estima. Pero ya dejemos de perder el tiempo. C.C. nos lleva mucha ventaja. -¿"C.C."? -dice Lucy. -"Clef de Céfiro", C.C., a algunos se nos permite llamarlo así -contesta Tempestad, severo-, esa es una señal de confianza que sólo los seres mágicos que hemos estado a su servicio nos atrevemos a usar. Yo fui propiedad de Clef antes de que Lantiz naciera y puedo llamarlo C.C. Espero que ustedes tres, jovencitos -refiriéndose a Gawaine, Percival y Galahad-, recuerden eso cuando lo encontremos. Los corceles alados miran en distintas direcciones, como alumnos regañados por un profesor estricto, pero no discuten. Rápidamente, el grupo está en camino otra vez, sin embargo, llega la noche y tienen que detenerse a acampar sin haber encontrado a Guruclef. Medianoche. Las chicas, Lantiz y los caballos despiertan al mismo tiempo sin saber por qué. No hay nadie en el sitio que han escogido para descansar, y, sin embargo, parece que alguien está con ellos, las ramas de los árboles se mueven sin que sople la menor brisa, la hierba tiene un leve resplandor e, inexplicablemente, miríadas de luciérnagas han invadido el lugar, iluminándolo todo casi como si fuera de día. -Céfiro... -murmura Lantiz. -Lucy,... Marina,... Anaís,... Lantiz,... -la voz del Espíritu de Céfiro es una brisa cálida, reconfortante- Tempestad,... Percival,... Gawaine,... Galahad... Amigos míos. -¿E-eres el Espíritu de Céfiro? -tartamudea Lucy. -Soy Céfiro. Llámame así. Mis amigos me llaman por mi nombre. Y ustedes son mis amigos... ¿verdad? -¡Por supuesto que los somos! -exclama Marina, avergonzándose inmediatamente de su impulso. -Gracias. -¿Te encuentras bien? -pregunta Lantiz-. ¿Puedes decirnos dónde encontrar a Guruclef? Él ha estado enfermo y no creo que sepa lo que está haciendo. -No estoy bien -la voz de Céfiro baja hasta un susurro apenas audible-. Estoy muriendo. Por eso Guruclef va hacia la fuente del Fuego. Él sabe lo que hace. Sabe que necesitará magia para luchar con mi enemigo. Y sabe que para recuperar el control de la magia debe cruzar el Fuego Blanco. -¿Pero por qué? -dice Marina-. Lantiz dice que toda la magia de Céfiro proviene de ti. ¿No puedes tú mismo devolverle su magia a Guruclef? -No. El Fuego Blanco es más antiguo y más poderoso que yo. Una vez tuve el control sobre toda la magia, pero renuncié a ello cuando fue creado el sistema del Pilar. Ahora no puedo romper mis propias leyes. Ni siquiera el Espíritu de Céfiro está por encima de las leyes de Céfiro. Y Guruclef no ha perdido su magia, sino los instrumentos que usaba para controlarla. El poder que le entregué es demasiado grande como para que lo maneje un simple mortal. Guruclef necesita la tiara, el báculo y el anillo para dominar el Fuego Blanco. Ése es su poder. El poder de la Base del Pilar. Cuando yo muera, Guruclef tendrá tiempo de entregarle ese poder a otro, para que este mundo no vuelva a ser la roca inhabitable que era antes de mi llegada. -¿Qué? ¿Qué eres tú exactamente? -pregunta Anaís. -Soy un vala. Los ainur me enviaron aquí hace millones de años con la misión de hacer que este planeta fuera habitable. Para eso me entregaron el Fuego Blanco, y a mi enemigo le dieron el Fuego Salvaje. Debíamos usarlos en armonía para crear un equilibrio en el que pudiera existir... todo lo que los rodea ahora. Esa es la labor de nuestra especie. Hay doce valar en tu mundo, uno en Autosan, tres en Faren, dos en Cizeta y muchos más en muchos otros planetas. Pero ninguno de ellos puede ayudarme ahora. Ustedes, los que han defendido este planeta, son mi única esperanza. -¿Qué podemos hacer? -pregunta Lantiz. -Tú debes volver al castillo. Lisand está ahí, se hace pasar por ti para asesinar a Ascot y Paris. Impídelo. Sin decir palabra, Lantiz y Tempestad se marchan al galope. -Mis niñas... no le impidan a Guruclef terminar su prueba. La voz se va desvaneciendo poco a poco. Anaís grita, sorprendiendo a los demás: -¡Espera un momento! -¿Sí? -hay algo cómico en la prontitud con la que atiende Céfiro, pero nadie está de humor para reír. -¿Qué es la Base del Pilar? -Al final de la Guerra de los Valar, este mundo casi fue destruido. Los pocos humanos que sobrevivieron temían que el esfuerzo de mantener el equilibrio de las fuerzas mágicas y las fuerzas naturales fuera demasiado para mí solo, que me debilitara como el vala de Autosan y terminara por perder el control. Por eso me propusieron el sistema del Pilar. Creían que un humano sería más fuerte que yo -la risita amarga de Céfiro llena de inquietud a las tres jóvenes y sus caballos-. Yo sabía que era un error, pero no pude convencerlos, así que les dí el Pilar que pedían, pero también les di la Base. Con su amor y su voluntad, el Pilar mantiene el equilibrio de las fuerzas naturales; con su conocimiento y su voluntad, la Base mantiene el equilibrio de las fuerzas mágicas. La Base sostiene al Pilar y, cuando el Pilar cae, la Base sostiene a Céfiro. -Pero yo eliminé el sistema del Pilar -dice Lucy. -El Pilar, pero no la Base. No es tu culpa. Sólo Guruclef y Lantiz lo sabían, y Lantiz juró guardar el secreto. El Pilar no podía vivir sin la Base, pero la Base puede y debe sobrevivir al Pilar. Cuando Lisand guió a Violeta a la muerte, lo hizo porque deseaba ser el próximo Pilar, pero la voluntad de Esmeralda fue más fuerte. Cuando Alanis convirtió a Guruclef en piedra, quería que Esmeralda muriera, pero Guruclef se negó a morir y la Base sostuvo al Pilar a pesar de todo. Y cuando la Guerrera Mágica Lucy eliminó el sistema del Pilar, la responsabilidad de este planeta recayó sobre Guruclef. No es la primera vez, pero ahora será para siempre. -Sigo sin entender -murmura Lucy. Un soplo de brisa le acaricia el cabello. -Entonces, sólo acéptalo. Yo acepto lo que sucede. Guruclef también. -¿Guruclef era la Base para Esmeralda? ¿También lo era cuando Violeta? -pregunta Anaís. -Sí. -Ha sido la Base por mucho tiempo... -dice Marina. -Toda su vida. Desde el instante de su nacimiento. Ese ha sido siempre el único propósito de su existencia. -¿QUÉEE?? -He sido muy brusco, lo siento, Marina. Tenías una pregunta a medio formular desde tu segunda visita. Querías saber por qué Guruclef ignoraba tanto tu amor como el de Presea. No fue creado para ti, sino para cumplir su misión; esa es la respuesta a tu pregunta. Y me correspondía a mí hacértelo saber. -Su amor sostiene a Céfiro... -dice Marina, al borde de las lágrimas-. Igual que Esmeralda... -No. No el amor -responde Céfiro-. Si así fuera, tarde o temprano se encontraría en la misma situación que el Pilar. Un humano no puede con la carga de un vala. Eso es lo que los cefirianos no entendieron nunca. -¿Estás... diciendo que Guruclef no es humano? -dice Anaís. -Yo lo creé a él. Y no le di sentimientos. Sólo le di responsabilidades. Y por eso Violeta murió. Por eso Lisand enloqueció. Por eso Esmeralda y Zagato no pudieron ser salvados. Y por eso Marina está llorando ahora. Es mejor que lo hayas sabido antes de que fuera tarde, mi niña. Él nunca comprenderá lo que sientes, simple y sencillamente porque no puede sentir lo mismo que tú. Es mi culpa. Y quisiera poder decirte que lo lamento y pedirte que me perdones, pero no puedo. Es lo último que escuchan del Espíritu de Céfiro, esta vez se ha retirado del todo. Y Lucy y Anaís tienen demasiado en qué pensar mientras tratan de consolar a Marina. En la fuente del Fuego Blanco, el Espíritu de Céfiro, agotado, se retrae sobre sí mismo. La temperatura de todo el planeta desciende tres grados. -¿Te das cuenta de que le rompiste el corazón a esa niña? -dice la sombra, con aire de reproche. -No tuve más remedio. Es mejor arrancar eso de raíz. No quiero otra Lisand... ni otra Violeta. -¿Y Guruclef estará de acuerdo con lo que acabas de hacer? No pareces tú mismo, Céfiro. Hasta mentiroso te has vuelto últimamente. -¡Déjame en paz!! -la tierra se estremece violentamente-. ¡No tenía otra opción! ¡Lo hice por su propio bien y tú lo sabes!!! -Por supuesto -la voz de la sombra es horriblemente melosa-. También permitiste que Violeta fuera consumida por el Fuego por su propio bien, y dejaste que Lisand se destruyera a sí misma y a su hermana, y también permitiste la muerte de Zagato y Esmeralda por su propio bien... -¡Vete! ¡¡Vete!! ¡¡¡VETE!!! Céfiro llora. Las Gerreras Mágicas, a salvo en la tienda de campaña que Nikona ha hecho aparecer de la nada, se sorprenden por la imposible lluvia de agua caliente y salada que daña la vegetación (como ácido) en muchos kilómetros a la redonda. Clef, que no se ha detenido en ningún momento y ya está cerca de la Fuente, mira hacia atrás, al área donde está cayendo la lluvia. -¿Qué es lo que ocurre? -pregunta Soberano, alarmado. ¿Céfiro destruyéndose a sí mismo? -Así parece, no te sorprendas. Tenemos pocos caminos, a como pintan las cosas, y ése es uno de ellos. -Pero tú no vas a permitirlo, ¿verdad? ¿Verdad, C.C.? -Hacemos lo que podemos -responde Clef, hablando por sí mismo y por el Espíritu de Céfiro. Pocas horas después del amanecer, las Guerreras Mágicas llegan a un prado donde se eleva un árbol solitario, lleno de flores blancas. -¡Es el lugar de mi sueño! grita Marina. -¡Paaa púuuu! -¡Nikona dice que el Fuego Blanco está en una cueva debajo del árbol! dice Lucy. -¡Bajemos! indica Anaís. Soberano está cerca del árbol, esperándoles. -¡Soberano! ¡Soberano! saludan Gawaine, Percival y Galahad. -¿Dónde está Guruclef? pregunta Lucy, asumiendo que también ese caballo habla. -Abajo responde Sobrerano-, con el Fuego... Las Guerreras Mágicas se precipitan hacia la entrada de la cueva, que está entre las raíces del árbol. -¡¡Nooo!! ¡¡Esperen!! La voz de Céfiro es un vendaval que derriba a las tres jóvenes. Hay un silencioso estallido de luz blanca y, un segundo después, el árbol entero está ardiendo. Grandes llamaradas de fuego blanco consumen la madera, el follaje y las flores sin producir ningún sonido. Pronto, el fuego se extiende al prado. Continuará... Nota de la autora: tomé la idea de los valar y los ainur del ciclo del Señor de los Anillos, del escritor inglés J.R.R. Tolkien; más específicamente, de El Silmarillion. En resumen: Eru (Dios) crea a los ainur (una especie de ángeles) para que éstos integren su coro y les enseña una canción que es la creación del mundo y todo lo que hay en él. Algunos de los Ainur, entusiasmados por el tema, piden ayudar en la formación de la Tierra (Arda) y renuncian a la mayor parte de su poder para ser ligados indisolublemente a la materia del planeta que deben hacer habitable para elfos y humanos; de esta manera, se convierten en los valar ("los Poderes de la Tierra"). Junto con los valar, llegan muchos otros espíritus menores, los maiar, en este fanfic, Nova, Nikona y las otras criaturas mágicas serían maiar. Lo del Fuego Blanco y el Fuego salvaje sí es invento mío, y se re fiere al equilibrio de los contrarios, necesario (en algunas mitologías) para que pueda existir la vida.